¿Quién no ha tenido un amor no correspondido?, seguro que más de una vez nos hemos sentido atraídos por alguien que sin embargo no tenía los mismos sentimientos de afecto por nosotros, entonces decimos que “nos han dado calabazas” para referirnos en tono jocoso a esa situación pero ¿de dónde surge esta expresión?, ¿por qué una calabaza?, ¿que relación tiene con el amor?
Todo el mundo ha tenido un amor imposible, una persona a la que hemos querido pero que no sentía lo mismo por nosotros. En más de una ocasión es posible que hayamos dado el paso con la esperanza de establecer una relación que se ha visto frustrada por un “no”. Es lo que popularmente se llama “dar calabazas”, rechazar las pretensiones amorosas de alguien. Un trago nada dulce, como la calabaza.
¿Por qué utilizamos este alimento para referirnos a las decepciones amorosas? Como muchas otras expresiones castellanas debemos remontarnos a los orígenes culturales de nuestra civilización. En la Antigua Grecia las calabazas eran consideradas un fruto opuesto a la lujuria amorosa, capaz de apagar los deseos sexuales. Los frutos de sabor dulce solían asociarse al deseo carnal y el amor pero el gusto de la calabaza es más bien soso, así que podía simbolizar perfectamente el fracaso amoroso. Para evitar situaciones comprometedoras incluso podían enviarse calabazas reales a aquella persona que tenía intención de declararse pero que sería rechazada. De esta forma se impedía un cara a cara que podía resultar embarazoso socialmente.
Así culturalmente la calabaza se convirtió en el estandarte de las decepciones amorosas. Un fruto muy atrayente en su aspecto exterior pero que en su interior es insípido. Todo lo contrario que el melón, que por fuera es rugoso y áspero, de piel casi reptiliana, mientras que por dentro puede llegar a ser extremadamente dulce, por ello los griegos lo eligieron como símbolo del deseo, el amor, la fecundidad femenina, el sexo, el lujo y la depravación más instintiva.
En la Edad Media se conservaron muchos rasgos culturales de las antiguas civilizaciones mediterráneas pero modificándolas para adaptarlas a las consignas del poder absoluto de la Iglesia. Los clérigos prolongaron la creencia antilasciva de la calabaza y aconsejaban comer sus pepitas especialmente a los novicios que aspiraban a llevar una vida religiosa y casta. Mascar las pepitas de calabaza ayudaba a mantener la mente “limpia” y alejada de deseos sexuales y tentaciones del demonio. Las pepitas de calabaza facilitaban guardar el voto de castidad.
La expansión del catolicismo y anteriormente de las civilizaciones griega y romana por la Península Ibérica influenciaron culturalmente el nacimiento del castellano y otras lenguas románicas y la supervivencia de antiguas creencias en las zonas que dominaron que han llegado hasta nuestros días. Si bien hoy nadie “da calabazas” físicamente para rechazar a alguien en algunas zonas rurales de Cataluña hasta hace pocas décadas esta tradición se mantenía firme. El matrimonio era entonces algo que trascendía los sentimientos amorosos y los enlaces podían suponer también cambios económicos y de status social para ambas familias. Así que una decisión tan importante requería con frecuencia la aprobación del padre de familia. El novio debía pedir la mano de la novia a su padre, así que se preparaba una comida para tal evento en la que si al pretendiente se le daba de comer algún plato elaborado con calabazas sabía que la respuesta del padre de la novia era negativa al enlace. Si por el contrario era positiva se le ofrecía tabaco. Mediante esta simbología se evitaban situaciones violentas.